Formación de CNV en Almería


Ya puedes acceder a una formación de CNV en Almería, gracias a los talleres online de cnv que estamos impartiendo desde practicando la comunicación no violenta. Desde ya hace bastantes meses, que las sesiones online nos están permitiendo llegar a todos los rincones del mundo con nuestro Kit de Supervivencia de cnv para los tiempos que corren, y la verdad es que es un lujo ver como se crean singerias y cómo conectamos a través de las pantallas con personas de muchos lugares y ámbitos distintos. Nuestros talleres online de cnv son muy prácticos, donde se dan situaciones super bonitas y donde practicamos la cnv a través del material que vamos entregando, así como los casos reales que vamos exponiendo entre tod@s y vamos desgranando para poder lograr esa comunicación empática que estamos anelhando. Si quieres participar en nuestros próximos talleres de comunicación no violenta, rellena el siguiente formulario y nos pondremos en contacto contigo.

 

La Comunicación No Violenta: qué es y cómo usarla

 

Cuando me hablaron por primera vez de comunicación no violenta, me sonó un poco raro. Lo que me vino a la cabeza eran señores con túnica sentados mientras la policía les rodea. Resistencia pacífica. Rollo Gandhi o así.

 

Y leer la web oficial del “Centro para la Comunicación No Violenta” (https://www.cnvc.org/) no ayudó, porque se expresa de una forma un poco abstracta y… cómo decirlo… un poquito “kumbayá”. Por ejemplo cuando dice que “la comunicación no violenta va de conectar con nosotros mismos y con los demás con el corazón. Va de ver lo humano que hay en todos nosotr@s. Va de reconocer lo que tenemos en común y nuestras diferencias, y de encontrar maneras de hacer la vida maravillosa para todos nosotr@s“. Buf.

 

Así que se me hizo un poco cuesta arriba adentrarme en este mundillo. Poco a poco lo fui haciendo, pero con reservas. Y de repente, me pasaron este vídeo en el que Marshall Rosenberg (el creador del modelo) explica, de una manera sencilla, amigable, entretenida, divertida… la esencia de la comunicación no violenta. Y entonces dices “¡es fantástico!”.

 

¿Qué es la comunicación no violenta?

 

La Comunicación No Violenta (o CNV) es un modelo que te ayuda a entender y procesar cómo reaccionas ante lo que te pasa, y a relacionarte con los demás de forma constructiva.

 

Te permite separar una serie de elementos que, si no tenemos cuidado, tienden a mezclarse: los hechos, nuestros juicios sobre los hechos, las emociones que nos generan, el por qué se generan esas emociones…

 

El problema es que, cuando esos elementos se mezclan, es fácil que salga un “cóctel explosivo”: ¿cuántas veces nos encontramos metidos en discusiones (reales o “en nuestra cabeza”) que tienen que ver con “lo que fulanito me ha hecho”?. Y entonces reprochamos, echamos en cara, “es culpa tuya porque eres un… y siempre estás…”, la otra persona se pone a la defensiva, surge el resentimiento y una espiral de malos gestos y malas palabras que rara vez termina bien.

 

Quizás una de las cosas que me hizo difícil acercarme al concepto CNV es que parece que se contrapone a una “comunicación violenta”, y que esa comunicación violenta implica casi llegar a las manos. Y no hace falta pegarse para que haya violencia. Desde el momento en el que hay “tú contra mí”, ya hay enfrentamiento. Y desde el enfrentamiento, desde la trinchera, es difícil encontrar soluciones.

 

¿Hay una forma diferente de hacer las cosas? Sí, y eso es lo que propone la CNV.

 

La realidad no es como la ves

 

Decía Ramón Campoamor aquello de “Y es que en el mundo traidor nada hay verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira”. Y cuánta razón tenía…

 

Tendemos a creer que el mundo es tal y como lo vemos. Pero una de las claves de la CNV es aprender a separar los hechos objetivos de las interpretaciones que nosotros hacemos de ellos. Algo que, aunque parezca obvio, puede llegar a ser difícil.

 

Por ejemplo, si yo digo que “hoy hace frío”… ¿es un hecho? No. El hecho puede ser que la temperatura exterior es de 7ºC. Si “hace frío” o no, es una interpretación que yo estoy haciendo conforme a mi experiencia, mis preferencias… A lo mejor una persona que viene de Noruega, ese mismo hecho lo interpreta de otra manera.

 

Stephen Covey, en su libro de los 7 hábitos, cuenta la historia de unos niños que iban armando barullo en el metro. Un viajero concluye que “son unos maleducados”, y llama la atención al padre. El padre cuenta que en realidad lo que sucede es que la madre de los niños acaba de morir, y los niños están alterados por esa situación. Mismo hecho (niños corriendo), distintas interpretaciones.

 

Piensa en tu día a día. ¿En cuántas situaciones tu cerebro salta de “los hechos” a “las interpretaciones”?. Quizás sea más fácil verlo en los demás que en uno mismo, así que prueba a prestar atención a lo que dicen los demás. Cuando te cuenten algo, intenta que te describan “los hechos puros y duros”, sin añadirle juicios de valor, presuntas motivaciones, generalizaciones…

 

Verás con qué facilidad se mezclan… Pues aplícate el cuento, porque si lo ves en los demás, seguro que tú también lo haces (¿Ves? Aquí una generalización cortesía de la casa :D).

 

¿Por qué es importante separar hechos de interpretaciones? Porque sobre los hechos es más difícil discrepar. ¿El termómetro marca 7ºC? ¿Los niños están moviéndose en el vagón del metro? Los hechos son concretos, verificables. Nadie se pone a la defensiva, ni siente la necesidad de defender su posición.

 

Tus juicios son tuyos

 

Una vez que se han puesto encima de la mesa los hechos, y se ha asegurado que todos ven esos hechos (insisto, limpios de juicios y valoraciones) por igual… entonces se abre el espacio de los juicios. Pero con la consciencia de que son MIS juicios, MIS interpretaciones, nacidas de MI experiencia y MIS circunstancias. Y con la consciencia de que seguramente son distintos de TUS juicios, TUS interpretaciones, nacidas de TU experiencia y de TUS circunstancias… tan legítimas como los mías.

 

El mero hecho de asumir que no estás tratando con una verdad absoluta (de “hechos”), sino de algo que “depende del cristal con el que miras”, ayuda a tomar perspectiva.

 

Estamos de acuerdo en que la temperatura es de 7º. Que yo piense que eso implica que “hace frío” y que tú no es cuestión de juicios. O que a mí me guste más el calor, y a ti te guste más el frío.

 

La cuestión es que, desde un punto de vista de CNV, los juicios no son los protagonistas. Existen, están ahí, y es importante ser consciente de ellos. Y puede que expresarlos (siempre asumiendo que son tuyos y no verdades absolutas) ayude a aclarar algún malentendido y sobre todo a entender que tú y yo tenemos cristales diferentes. Lo cual no es ni bueno ni malo… simplemente es.

 

Lo que no es recomendable es discutir sobre ellos, o menos aún pretender que el otro vea las cosas igual que tú. Ése es un camino lleno de trampas que seguramente no te lleve a ningún sitio. Porque tú puedes tener otros juicios distintos, y son (mal que le pese a mi ego) igualmente legítimos. Así que es una situación de “tus juicios contra los míos”, y es posible que no lleguemos a convencernos de que los míos son más correctos que los tuyos, ni viceversa.

 

En vez de eso, es mejor hablar de emociones…

 

Expresar tus emociones

 

Las emociones (de las que hablaba en un post reciente sobre emociones en el mundo del trabajo) son reacciones ante estímulos externos. En ese sentido son, también, “hechos”. Si yo me siento enfadado, o triste, o alegre, o asustado… es un hecho que tú no me puedes discutir.

 

Y además es un hecho en el que es fácil que tú te identifiques conmigo. Porque tú, en otras situaciones, también sientes ira, tristeza, alegría o miedo. Si yo te hablo de mis emociones, de mis sentimientos… puedes empatizar conmigo.

 

Es importante aquí el sentido de propiedad. “Yo me siento así”, y no “tú me haces sentir así”. Mi emoción es mía, y no te puedo cargar a ti con la responsabilidad de haberla generado. La estoy describiendo, no buscándole responsables.

 

 

Quizás uno de los problemas que tenemos es que nos falta “vocabulario emocional” para reconocer nuestras emociones y hablar de ellas. Y además es incómodo, porque nos hace sentir vulnerables. Pero si no lo hacemos, va a ser difícil completar la conversación.

 

Las emociones nacen de las necesidades

 

Lo que dice la CNV es que las emociones son la expresión de unas necesidades satisfechas o no satisfechas. Si las necesidades están satisfechas tendremos emociones de las que calificamos como positivas (alegría, paz, etc.). Si las necesidades no están satisfechas tendremos miedo, ira, asco…

 

 

Y la gracia es que mis necesidades y las tuyas son, esencialmente, las mismas. Porque son necesidades humanas, y las compartimos. Si yo te hablo de que necesito seguridad, o que necesito respeto, o que necesito reciprocidad, o ser valorado, o tener cubiertas mis necesidades básicas, o tener una comunidad alrededor… me vas a entender. Porque tú también tienes esas necesidades, que tendrás más o menos cubiertas, pero que están ahí.

 

De nuevo, ser capaz de identificar cuáles son esas necesidades que no tenemos satisfechas exige un ejercicio importante de introspección. ¿Por qué esta situación me está enfadando? ¿Cuál es la necesidad no cubierta que hay detrás? ¿Por qué esta otra situación me hace sentir triste? ¿Cuál es la necesidad que hay detrás? Etc.

 

Fíjate que, en todo este proceso, hablo sobre todo de MÍ. De los hechos (separados de MIS juicios). De MIS emociones. De MIS necesidades. No entro a discutir de TUS interpretaciones, ni de TUS motivaciones, ni asumo nada sobre TÍ. Por eso es “no violento”. Porque no te estoy reprochando, ni acusando, ni etiquetando. Hablo desde mí, no contra ti.

 

El momento de hacer peticiones

 

Una vez expuesta la situación (de nuevo, “desde mí”), llega el momento de expresar peticiones. De decir lo que te gustaría que pasara.

 

Éste es un momento un poco delicado, porque es fácil caer de nuevo en la “violencia”, en el reproche… sin darse cuenta. “Me gustaría que dejases de tenerme manía”, “me gustaría que no fueses tan capullo”, “me gustaría que no fueses tan cruel conmigo”, “me gustaría que no me ignorases”… en fin, imagino que ves por dónde pueden ver los tiros.

 

Se trata de expresar nuestras peticiones en positivo, y en términos de “hechos concretos” (desprovisto de juicios). Y además, en la medida de lo posible, sin determinar “lo que quiero que tú hagas”. Una vez que he expresado lo que “a mí me gustaría”, se abre el espacio para encontrar la forma en que tú puedas contribuir a ese escenario.

 

    “Me gustaría que todos los asistentes estén en la reunión a la hora fijada para que podamos aprovechar mejor el tiempo” (vs. “me gustaría que llegaras a la hora a la reunión”, o vs. “me gustaría que fueses más respetuoso con el tiempo de los demás”).

 

    “Me gustaría poder aprovechar los fines de semana para dormir un poco más sin ruidos en la casa” (vs. “me gustaría que pasases el aspirador a otra hora”, o vs. “me gustaría que no vinieses a molestarme”).

 

    “Me gustaría tener más autonomía en la gestión del proyecto” (vs. “me gustaría que no me controlases tanto”, o vs. “me gustaría que confiases más en mí”).

 

¿Te das cuenta? En estas peticiones no hay “acusaciones”, ni reproches. Ni tampoco “imposiciones” respecto a lo que esperas que el otro haga. Simplemente “hechos” que nos gustaría que sucediesen.

 

Hay que tener en cuenta, además, de que se trata de “peticiones”. No de “órdenes”, ni de “exigencias”. Cuando uno hace una petición, abre el espacio para que la otra persona diga sí, o no, o explique en qué condiciones, o plantee alternativas, o porqué para ella tiene sentido que sea de otra forma…

 

El objetivo, al final, es abrir un espacio en el que las dos partes podamos hablar de lo que necesitamos, y llegar a un acuerdo satisfactorio sin “tirarnos los trastos a la cabeza”. Se trata de llegar a un compromiso mutuamente aceptado (echa un vistazo al post que escribí sobre la gestión de compromisos).

 

A veces toca hablar, y a veces escuchar

 

La comunicación no violenta es un proceso simétrico. Si yo hablo, espero que tú escuches. Si tú hablas, yo tengo que escuchar. Y escuchar con lo que Marshall Rosenberg califica en el vídeo como “orejas de jirafa” (si quieres entenderlo, tendrás que verlo :D).

 

Escuchamos con la voluntad de entender al otro. Para ver sus juicios y sus interpretaciones, para conectar con sus emociones, para conocer sus necesidades. Porque si prestamos atención a todo ello, si indagamos de forma empática, tendremos una perspectiva muy rica del otro. Y desde esa perspectiva será más fácil proponer fórmulas que resulten satisfactorias para ambas partes.

 

La comunicación no violenta no es fácil

 

Aunque el modelo es sencillo, ponerlo en práctica no es fácil. Y no lo es porque no es nuestro “modo por defecto” de estar en el mundo. ¿Dónde radica la dificultad?

 

    En separar los hechos “puros y duros” de los juicios e interpretaciones que les añadimos, muchas veces de forma inconsciente.

 

    En darnos cuenta de nuestros juicios, y en asumirlos como subjetivos (y no como verdades absolutas).

 

    En desprendernos del egocentrismo de creer que nuestra forma de ver el mundo es la única posible, o la mejor.

 

    En atribuir al otro la misma legitimidad que nos damos a nosotros mismos.

 

    En no “entrar al trapo” cuando nos sentimos atacados por el otro y en no contribuir a la “espiral de violencia”.

 

    En escuchar al otro de forma empática, sin juicios, con paciencia y buscando entenderle.

 

   En mostrarnos vulnerables (y más si venimos de una situación de conflicto) al hablar de nuestras emociones y nuestras necesidades.

 

    En indagar para saber concretar cuáles son esas emociones y esas necesidades.

 

    En disponer de vocabulario y distinciones suficientes como para poder hablar con propiedad de emociones y necesidades.

 

   En buscar de forma genuina un acuerdo satisfactorio sin pretender “arrimar el ascua a tu sardina” o imponer al otro condiciones.

 

    En aceptar al otro como un igual a la hora de definir un compromiso.

 

   En elegir con cuidado nuestras palabras para no caer inadvertidamente en el reproche, la acusación, la interpretación, la generalización…

 

Por mi parte, desde luego, te puedo asegurar que es sorprendente (una vez que metes este modelo en la cabeza) la cantidad de veces al día que descubres (en otros y en ti) rasgos de “comunicación violenta”. Yo, que tiendo a ser vehemente y egocéntrico, caigo con una frecuencia pasmosa.

 

Pero bueno. Como en tantas otras cosas, la consciencia es el primer paso para poder actuar. Y a partir de ahí, poquito a poco, intentar hacer las cosas de manera diferente.

 

Es un viaje largo, pero creo que merece la pena.