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Usar la empatía para neutralizar el peligro

 

La capacidad de brindar empatía a las personas que se encuentran en situaciones estresantes puede neutralizar la violencia potencial.

 

Una maestra de una escuela de la zona céntrica más empobrecida de St. Louis relató una experiencia personal. Una vez se quedó en el aula después de clase para ayudar a un alumno en sus deberes a pesar de que le habían advertido de que, por su propia seguridad, se fuera de la escuela apenas terminaran las clases. Un joven a quien no conocía entró en el aula, y entre él y la maestra se produjo el siguiente diálogo:

 

Joven: Quítate la ropa.

 

Maestra (observando  que  el  muchacho  estaba  temblando): Veo  que tienes mucho miedo.

 

Joven: ¿No me oíste? ¡Vamos, quítate la ropa de una vez!

 

Maestra: Me parece que estás muy enojado, y por eso quieres que haga lo que me dices.

 

Joven: Ni más ni menos, o sea que, obedece o lo pasarás mal.

 

Maestra: Dime si hay otra manera de satisfacer tus necesidades sin que me lastimes.

 

Joven: ¡Te dije que te desnudes!

 

Maestra: Puedo  oír  cuánto  lo  deseas,  y  quiero que  sepas  lo  asustada que me siento. No sabes cómo te agradecería que no me hicieras daño.

 

Joven: ¡Dame la billetera!

 

La maestra, aliviada al ver que el chico no iba a violarla, le entregó la billetera. Al describir el incidente más tarde, la maestra manifestó que, cada vez que con sus  palabras  había  mostrado  su  empatía  al  muchacho,  había  podido  comprobar que su intención de violarla se iba debilitando.

 

Un oficial de policía que asistió a un taller de seguimiento de Comunicación no violenta me dijo encierta ocasión:

 

«Quiero  agradecerle  por  habernos  hecho  practicar  la  empatía  con personas que están furiosas. Pocos días después de haber participado en su taller, tuve que ir a detener a alguien en un proyecto de viviendas públicas. Cuando salí a la calle con el hombre, me encontré con un grupo de unos sesenta vecinos furiosos que tenían rodeado mi auto y me gritaron: “¡Suéltalo ya! ¡Si no hizo nada! ¡Ustedes los policías son todos racistas!”. A pesar de que tenía mis dudas con respecto a que la empatía pudiera surtir efecto en un caso como aquél, no me quedaban muchas opciones. Entonces decidí reflejar los sentimientos que me llegaban y les dije: “¿No confían en las razones que yo tenga para detener a este hombre? ¿Piensan que es una cuestión de racismo?”. Después de dedicar varios minutos a reflejar sus sentimientos, el grupo fue mostrándose menos hostil, y al final se apartaron todos y me dejaron un espacio libre por el que pude llegar hasta mi auto.»

 

Finalmente quiero contar cómo una joven usó la empatía para evitar la violencia una vez que hacía un turno de noche en un centro de rehabilitación de drogadictos de Toronto. La joven narró su experiencia en el segundo taller de CNV al que asistía. Pocas semanas después de que la muchacha hubiera asistido al primer taller, a eso de las once de la noche entró en el centro donde trabajaba un hombre que evidentemente estaba bajo los efectos de la droga, y le pidió una habitación. La joven le dijo que aquella noche todas las habitaciones estaban ocupadas.

 

Ya iba a facilitarle la dirección de otro centro de rehabilitación cuando, de un empujón, él la tiró al piso.

 

—Inmediatamente después se sentó en mi pecho y, acercándome una navaja al cuello, me gritó: « ¡No me mientas, zorra! ¡Sé que hay habitaciones!».

 

Ella, entonces, se dispuso a aplicar lo que había aprendido en el taller y decidió prestar atención a los sentimientos y necesidades del hombre.

 

— ¿Cómo? ¿Te acordaste de hacer eso en esas condiciones? —le pregunté, impresionado por sus palabras.

 

— ¿Qué otra cosa podía hacer? ¡La desesperación a veces nos convierte en excelentes comunicadores! Mira, Marshall, lo que más me ayudó fue algo que nos habías dicho medio en broma en el taller. La verdad es que estoy convencida de que fue eso lo que me salvó la vida.

 

— ¿Qué fue?

 

— ¿Recuerdas que nos dijiste que nunca tenemos que decir «pero» cuando uno habla con una persona que está furiosa? Bueno, estaba por contestarle: «¡Pero no tengo ninguna habitación libre!», cuando me acordé de lo que nos habías dicho.

 

Lo tenía presente porque la semana anterior, mientras discutía con mi madre, ella me dijo: « ¡Cada vez que dices pero a todo lo que te digo te mataría!». Imagínate, si mi propia madre se sentía tan enojada que tenía ganas  de  matarme  por  oírme  decir  esa  palabra, ¿qué  no  sería  capaz  de  hacer  aquel  hombre  conmigo? Si yo le hubiera dicho: «¡Pero no tengo ninguna  habitación  libre!»,  estoy  segura  de  que  me habría degollado.

 

Entonces, en lugar de decirle eso, hice una profunda inspiración y le dije: «Me parece que estás furioso y que quieres conseguir una habitación». A lo que él me gritó: «Puedo ser un drogadicto, pero me merezco un poco de respeto. Estoy harto de que nadie me respete. ¡Ni mis padres me respetan! ¡Exijo respeto!». Centrándome entonces en sus sentimientos y necesidades, le dije: «¿Estás harto de que no te tengan el respeto que tú quieres?»

 

— ¿Cuánto tiempo más duró la conversación? —le pregunté.

 

—Alrededor de media hora —respondió la joven.

 

—¡Debe haber sido espantoso!

 

—Después de las primeras frases dejó de serlo, porque vi con toda claridad algo que había aprendido en el taller. Cada vez que me centraba en sus sentimientos y necesidades, hasta yo dejaba de verlo como un  monstruo.  Tal  como  nos  dijiste,  pude  darme cuenta  de  que  hay  personas  que  a  primera  vista parecen monstruos, pero en realidad son seres humanos cuyo lenguaje y comportamiento nos impiden  ver  su  humanidad.  Cuanto  más  centraba  la atención  en  sus  sentimientos  y  necesidades,  más lo  veía  como  a  una  persona  desesperada  con  necesidades insatisfechas. Confié entonces en que, si conseguía mantener centrada la atención en este aspecto, no me haría daño. Tan pronto como el hombre recibió la empatía que necesitaba, se apartó de mí, guardó la navaja y lo ayudé a encontrar una habitación en otro centro.

 

Encantado de que hubiera aprendido a responder empáticamente en una situación tan extrema como la que había vivido, le dije:

 

—No  entiendo  a  qué  vienes  aquí.  Me  parece que dominas la Comunicación no violenta e incluso estás en condiciones de enseñar a otros lo que aprendiste.

 

—Ahora necesito que me ayudes a resolver una situación muy complicada — me respondió.

 

—Casi me asusta saber de qué se trata. ¿Puede haber algo peor que lo que contaste?

 

—Ahora  necesito  que  me  ayudes  con  mi  madre.  Pese  a  que  comprendo  muy bien este asunto del «pero», ¿sabes qué me pasó? Al día siguiente del incidente, mientras cenaba con mi madre, le conté lo que me había sucedido y ella me dijo:

 

«Si sigues con ese empleo, a tu padre y a mí nos va a dar un infarto. ¡Búscate otro trabajo!». ¿Adivina qué le contesté? « ¡Pero, mamá, se trata de mi vida!» ¡Yo no habría podido encontrar un ejemplo más convincente de lo difícil que puede ser responder de manera empática a un miembro de la propia familia!

 

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