· 

Aclaremos nuestro objetivo cuando pedimos algo

 

Expresar una auténtica petición también requiere que tengamos conciencia de cuál es nuestro objetivo. Si sólo se trata de influir sobre la persona y modificar su conducta, o en salirnos con la nuestra, la Comunicación no violenta no es una herramienta adecuada.

 

El método está pensado para aquellos que quieren que los demás cambien y respondan, pero sólo si optan por hacerlo de buena voluntad y desde una actitud solidaria. El objetivo de la Comunicación no violenta consiste en establecer una relación basada en la sinceridad y la  empatía.  Cuando  los  demás  confían  en que nuestro propósito primordial es la calidad de la relación y que esperamos que el proceso satisfaga las necesidades de todos, pueden confiar en que nuestras peticiones son realmente eso y no exigencias camufladas.

 

Es difícil mantener la conciencia de este objetivo, sobre todo cuando se trata de padres, maestros, empresarios y personas cuyo trabajo se centra en influir en los demás y conseguir que se comporten de un modo determinado. Una madre, al regresar  a  una  sesión  del  taller  después  del  receso  para  almorzar  comentó:

 

«Marshall, fui a casa y lo probé. ¡No funciona!». Le pedí entonces que me explicara cómo había procedido.

 

—Fui  a  casa  y  expresé  mis  sentimientos  y  necesidades  tal  como  lo  habíamos practicado en el taller. No critiqué a mi hijo ni lo juzgué. Simplemente le dije: «Mira, como no hiciste lo que te habías comprometido a hacer, me siento muy disgustada. Yo quería que, al volver a casa, estuviera todo en orden y que hubieras hecho lo que te había encargado». Después le hice una petición: que ordenara todo en ese momento.

 

—Al  parecer,  expusiste  claramente  todos  los  componentes  del  proceso.  ¿Qué pasó? —le pregunté.

 

—No hizo nada.

 

—¿Y después qué pasó? —insistí.

 

—Le dije que no podía andar por la vida siendo un vago y un irresponsable.

 

Me di cuenta de que aquella mujer todavía no podía diferenciar entre pedir y exigir, y que seguía considerando que el proceso era efectivo sólo si los demás accedían  a  satisfacer  sus  «peticiones».  En  las  fases  iniciales  de  aprendizaje  de  este proceso quizás utilicemos los componentes de la CNV de una manera mecánica, sin tomar conciencia del propósito subyacente.

 

A veces, sin embargo, aun sabiendo lo que queremos y pese a manifestarlo de un modo cuidadoso, algunas personas perciben una exigencia en nuestras palabras. Esto sucede particularmente cuando ocupamos una posición de autoridad y hablamos con personas que tuvieron malas experiencias con figuras de autoridad coercitivas.

 

Una vez, el administrador de una escuela secundaria me invitó a demostrar a los profesores que la Comunicación noviolenta podía serles de utilidad para comunicarse con alumnos que no cooperaban de la manera en que ellos hubieran deseado.

 

Me pidieron que me entrevistara con cuarenta alumnos que habían sido etiquetados como «social y emocionalmente inadaptados». Me impresionó ver cómo este tipo de etiquetas pueden convertirse en profecías que se autorrealizan. Si en su época de estudiante, usted hubiera sido objeto de esta calificación, ¿no habría sido  razón  suficiente  para divertirse  resistiéndose  a  cumplir  con  cualquier  cosa que le pidieran? Al poner etiquetas a las personas, actuamos con ellas de una manera que contribuye a potenciar la conducta que pretendemos evitar, y que vemos entonces como una confirmación de nuestro primer diagnóstico. Como estos alumnos habían sido calificados de «inadaptados social y emocionalmente», no me sorprendió lo más mínimo que, al entrar en el aula, la mayoría de ellos estuvieran asomados a las ventanas gritando obscenidades a sus compañeros, que en aquel momento estaban en el patio de abajo. Empecé con una petición:

 

—Me gustaría que se acercaran y se sentaran para poder decirles quién soy y qué querría que hoy hiciéramos juntos.

 

Se me acercó aproximadamente la mitad. Como no estaba seguro de que todos me hubieran oído, repetí lo que acababa de decir. Tras esto tomaron asiento los demás alumnos, salvo un par, que siguieron apoyados en el alféizar de la ventana. Por desgracia para mí, eran los más corpulentos de la clase.

 

—Perdonen, ¿uno de ustedes podría hacerme el favor de repetir lo que dije? — pregunté dirigiéndome a los dos por igual. Uno de ellos se dio vuelta y mirando me respondió:

 

—Sí, dijo que teníamos que acercarnos y sentarnos.

 

«¡Oh oh, veo que tomó mi petición como una exigencia!», me dije, y en voz alta proseguí:

 

—Señor —tengo la costumbre de llamar «señor» a todos los que tienen unos bíceps tan imponentes como los de aquel chico, y más si están adornados con un tatuaje—, ¿quiere decirme cómo considera usted que debería haberle dicho lo que me gustaría que hiciera para que no le sonara como una exigencia?

 

—¿Eh? —me preguntó.

 

Como el chico estaba acostumbrado a que las autoridades sólo se dirigieran a él para darle órdenes, mi forma de hablar le sonó extraña.

 

—Quiero decir, cómo debo explicarle lo que quiero para que no le parezca una exigencia —repetí.

 

Se quedó dudando un momento y, encogiéndose de hombros, me dijo:

 

—No lo sé.

 

 

—La  conversación  que  estamos  teniendo  usted  y  yo  en  este  momento  es  un buen ejemplo del tema que quiero tratar. En mi opinión, la gente disfrutaría más del trato con los demás si pudiera expresarse sin necesidad de dar órdenes. Cuando yo le digo a usted cuáles son mis deseos, no le estoy diciendo que tiene que someterse a ellos o de lo contrario lo va a pasar mal. No sé cómo decírselo de una manera que le inspire confianza.

 

Para satisfacción mía, mis palabras tuvieron efecto en el joven, y él y su amigo se acercaron y se unieron a los demás. En situaciones como ésta, puede costar un poco que aquello que pedimos se vea sólo como una petición.

 

Cuando vamos a pedir algo, resulta útil que antes exploremos nuestros pensamientos y veamos si se parecen a algunos de los siguientes, los cuales transformarían automáticamente nuestras peticiones en exigencias:

 

• Él debería haber dejado todo limpio.

 

• Ella tendría que hacer lo que le pido.

 

• Merezco que me aumenten el sueldo.

 

• Tengo motivos para hacer que se queden hasta tarde.

 

• Tengo derecho a más tiempo de descanso.

 

Cuando formulamos nuestras necesidades de esta manera, si los demás no hacen lo que les pedimos tendemos a juzgarlos. Una vez tuve esta clase de pensamientos “correctos” cuando mi hijo menor no sacaba la basura. Cuando distribuimos entre los miembros de la familia las diferentes tareas del hogar, mi hijo había acordado sacar la basura; sin embargo, conseguir que cumpliera con su obligación nos costaba una pelea diaria. Si quería que lo hiciera tenía que recordárselo todos los días:

 

«Es la tarea que te tocó», «A todos nos corresponde hacer algo», etc.

 

Por fin, una noche escuché con más atención las razones que me venía expresando por las cuales no estaba sacando la basura, y después de la discusión habitual de todas las noches, escribí la siguiente canción. Después de que mi hijo sintió mi empatía con respecto a su posición, empezó a sacar la basura sin necesidad de que tuviera que recordárselo.

 

Escribir comentario

Comentarios: 0