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¡Haga lo que haga, que sea un juego!

Además del proceso de duelo y perdonarse a uno mismo, otro aspecto de la compasión dirigida hacia la propia persona en el cual hago hincapié es la energía que subyace a cualquier acción que emprendemos. Cuando aconsejo: «¡Haga lo que haga, que sea un juego!», hay quienes me toman por radical y hasta por loco.

Sin embargo, creo firmemente que una forma importante de autocompasión es hacer elecciones motivadas solamente por nuestro deseo de contribuir a la vida y no por sentimientos de miedo, culpa, vergüenza, o por un sentido del deber u obligación. Cuando adquirimos conciencia de ese propósito enriquecedor de la vida que se encuentra por detrás de la acción que emprendemos, cuando la energía espiritual que nos motiva es simplemente conseguir que la vida sea maravillosa para los demás y para nosotros mismos, hasta el trabajo más duro adquiere el cariz de un juego. Y a la inversa, si una actividad que de otro modo sería placentera se hace por obligación, deber, miedo, culpa o vergüenza, pierde su faceta agradable y acaba provocando resistencia.

En el Capítulo 2 de la Comunicación No Violenta, considerábamos la posibilidad de reemplazar el lenguaje que implica ausencia de opción por el lenguaje que presupone elección. Hace muchos años inicié una actividad que aumentó de manera significativa el espacio de alegría y felicidad en mi vida y redujo el campo ocupado por la depresión, la culpa y la vergüenza. La brindo aquí como una manera posible de profundizar en la autocompasión, de ayudarnos a vivir desde una gozosa actitud de juego gracias a conservar una clara conciencia de la necesidad enriquecedora de la vida que se encuentra por detrás de todo cuanto hacemos.

Queremos emprender una acción por el deseo de contribuir a la vida más que por miedo, culpa, vergüenza u obligación.

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