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El poder de la empatía, comunicación no violenta

 

El poder de la empatía, comunicación no violenta

 

La empatía sanadora

 

Carl Rogers describió el efecto de la empatía en las personas que la reciben: «Cuando [...] alguien te escucha realmente sin juzgarte, sin tratar de responsabilizarse de ti ni querer cambiarte, sientes algo maravilloso. [...] Cuando me prestan atención, me escuchan, soy capaz de percibir mi mundo de una manera nueva y seguir adelante. Resulta sorprendente  ver  que  algo  que  parecía  no  tener  solución  la tiene cuando hay alguien que te escucha. Y todas las cosas que parecían irremediables se convierten en un río que discurre prácticamente sin trabas por el solo hecho de que alguien ha escuchado tus palabras.»

 

Una de mis anécdotas favoritas sobre la empatía está relacionada con la directora de una escuela innovadora. Un día, después de comer, encontró a Milly, una alumna de primaria, esperándola en su despacho con aire abatido. La directora se sentó al lado de la niña, que comenzó a hablar:

 

—Señora Anderson, ¿alguna vez tuvo una semana en la que todo lo que hacía lastimaba a alguien sin querer?

 

—Sí —le respondió la directora—. Creo que te entiendo.

 

Entonces la niña se puso a contarle lo que le había pasado aquella semana. La directora contó: «Yo estaba bastante retrasada para una reunión muy importante, tenía la sala llena de gente esperándome y todavía tenía puesto el abrigo. Pero le dije a la niña: "Milly, ¿qué puedo hacer por ti?". Entonces Milly se me acercó, me puso las manos en los hombros y, mirándome a los ojos, me dijo con decisión: "Señora Anderson, no quiero que haga nada, sólo quiero que me escuche."

 

Fue una de las lecciones más importantes de mi vida, y me la había dado una niña; por eso me dije: “¡Que sigan esperando!” Milly y yo nos sentamos la una al lado de la otra en un banco para disfrutar de mayor intimidad, y allí, con mi brazo sobre sus hombros y el de ella rodeándome la cintura, estuvimos hablando hasta que la niña sintió que había terminado. ¡Y no tardamos tanto tiempo!»

 

Uno de los aspectos más satisfactorios de mi trabajo es saber que hay muchas personas que usan la CNV para reforzar su capacidad de conectarse empáticamente con los demás. Laurence, una amiga mía que vive en Suiza, me contó que una vez se puso furiosa porque su hijo de seis años había salido, muy enojado, de la habitación donde ella estaba hablando con él y la había dejado con la palabra en la  boca.  Isabelle,  su  hija  de  diez  años,  que  la  había acompañado hacía poco a un taller de CNV, le dijo:

 

«Mamá, veo que estás muy enojada. Te gustaría que él hable cuando está enojado, no que salga corriendo de la habitación mientras tú le hablas». Laurence se quedó atónita al escuchar las palabras de Isabelle, pero notó al momento que se liberaba de la tensión y se sintió en condiciones de ser más comprensiva con su hijo cuando el niño regresó.

 

Un  profesor  universitario  contó  que  las  relaciones  entre  los  estudiantes  y  el cuerpo docente habían cambiado mucho desde que varios docentes de la facultad habían aprendido a escuchar con empatía a sus alumnos y a comunicarse con ellos mostrándose más vulnerables y sinceros. «Los estudiantes se abrieron más y nos confiaron los diferentes problemas personales que interferían en sus estudios.

 

Cuanto más nos hablaban de ello, mejor era su rendimiento. Aunque tuvimos que dedicar mucho tiempo a escucharlos, nos compensó de sobra. Lamentablemente, el decano no estuvo de acuerdo con nosotros y nos dijo que no éramos terapeutas sino profesores y que teníamos que dedicar más tiempo a enseñar y menos a conversar con los estudiantes.»

 

Cuando  le  pregunté  cómo  había  manejado  esa  situación  el  cuerpo  docente, respondió: «Empatizamos con la inquietud del decano. Oímos que se sentía preocupado y quería estar seguro de que no nos estábamos metiendo en complicaciones que no podríamos manejar. También nos enteramos de que necesitaba asegurarse de que el tiempo que  dedicábamos  a  hablar  con  los  estudiantes  no afectaría nuestras responsabilidades como docentes.

 

Pero cuando vio con qué atención escuchábamos sus palabras, pareció que se quitaba un peso de encima.

 

Continuamos  hablando  con  los  estudiantes  porque pudimos comprobar que, cuanto más los escuchábamos, mejor rendían en sus estudios.»

 

Si  trabajamos  en  una  institución  estructurada  jerárquicamente,  tendemos  a percibir  órdenes  y  críticas  en  los  comentarios  de  quienes  ocupan  puestos  superiores en la escala jerárquica. Aunque podemos conectarnos con facilidad de manera empática con los compañeros de trabajo que están en nuestro mismo nivel y con aquellos que ocupan puestos por debajo del nuestro, cuando nos encontramos ante quienes identificamos como nuestros «superiores», tendemos a ponernos a la defensiva o a disculparnos en lugar de establecer una relación empática con ellos.  Por  eso  me  sentí  tan  satisfecho  cuando  aquellos  profesores  habían  sabido adoptar una actitud empática tanto con el decano como con sus alumnos.

 

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