· 

Hagamos nuestras peticiones conscientemente

 

Hay ocasiones en que podemos pedir claramente una cosa sin necesidad de expresarla en palabras. Imaginemos que usted está en la cocina y que su hermana que en ese momento está mirando televisión, le grita desde la sala de estar: « ¡Tengo sed!». En este caso puede ser obvio que lo que le está pidiendo su hermana es que le lleve un vaso de agua.

 

Hay otros casos, sin embargo, en que nos sentimos molestos porque damos por sentado erróneamente que la persona que nos escucha entiende la petición implícita en nuestras palabras. Por ejemplo, una mujer le dice a su marido: «Me molesta mucho que te hayas olvidado de traer la mantequilla y las cebollas que te encargué y que necesito para la cena». Aunque a ella pueda parecerle que está muy claro que lo que le dice a su marido es que vaya a comprar lo que ella necesita, puede ocurrir que el marido piense que sólo se lo dice para que se sienta culpable.

 

Lo que ocurre con mayor frecuencia es que  ni  siquiera  nosotros  sabemos  muy bien  qué  pedimos.  Hablamos  sin  prestar demasiada  atención  al  curso  del  diálogo.

 

Nos  limitamos  a  pronunciar  palabras  sirviéndonos de los demás como de una especie de papelera donde las vamos echando. Son situaciones en las que la persona que escucha, incapaz de descubrir una petición en las palabras de la persona que habla, probablemente experimente el tipo de fastidio ilustrado con la anécdota siguiente.

 

Estaba sentado frente a un matrimonio en uno de esos trencitos que llevan a los pasajeros a sus respectivas terminales, en el aeropuerto de Fort Worth en Dallas. El vehículo avanzaba a paso de tortuga, lo que podía acabar con la paciencia de los pasajeros que tenían prisa por subir al avión. El hombre, dirigiéndose a su mujer, exclamó indignado: «¡En mi vida vi un tren  tan  lento  como  éste!».  La  mujer  no dijo nada, aunque parecía tensa e incómoda, como si no supiera muy bien qué esperaba su marido que dijera. El hombre, entonces, hizo algo que hacemos muchos de nosotros cuando no nos responden como esperamos: repitió lo que acababa de decir. En voz mucho más alta que antes, exclamó de nuevo: «¡En mi vida vi un tren tan lento como éste!».

 

La mujer, sin saber qué decir, parecía cada vez más incómoda. Finalmente, con aire  de  desesperación,  le  dijo: «Este  tren  está  regulado  electrónicamente».  Pensé que ese comentario no le gustaría nada a su marido y, en efecto, no le gustó, ya que repitió por tercera vez, ahora a grito pelado: « ¡EN MI VIDA VI UN TREN TAN LENTO COMO ÉSTE!». En ese momento la paciencia de la mujer tocó fondo y replicó, malhumorada: «¿Y bien? ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que baje y empuje?». Resultado: ahora eran dos los que sentían malestar.

 

¿Qué respuesta esperaba el marido? Creo que le habría gustado oír: «Veo que tienes miedo de perder el avión y que estás disgustado porque te gustaría que el tren fuera más rápido».

 

La  mujer  percibió  la  frustración  de  su marido, pero no contaba con las claves que habrían podido revelarle qué quería él que dijese. La situación inversa también es problemática;  es  decir,  cuando  las  personas manifiestan  qué  quieren  sin  decir  primero qué sentimientos y necesidades hay detrás de su petición. Es el caso de las peticiones que se hacen en forma de pregunta, como, por ejemplo: «¿Por qué no vas a cortarte el pelo?». Es fácil que los jóvenes perciban en esta pregunta una orden o un ataque, a menos que los padres tengan la precaución de revelar primero sus sentimientos y necesidades: «Me preocupa que teniendo el pelo tan largo, no veas bien, sobre todo cuando vas en bicicleta. ¿Y si te cortaras el pelo?».

 

Es más común, sin embargo, que la gente hable sin saber muy bien lo que está pidiendo.  Pueden  decir:  «No  pido  nada;  dije lo  primero  que  se  me  ocurrió».  Creo  que, siempre que le decimos algo a una persona, le pedimos algo a cambio. En ocasiones puede tratarse simplemente de una conexión empática, una mera corroboración verbal o no verbal de que nuestras palabras quedaron claras, como en el caso del hombre que viajaba en el tren. O tal vez sólo pedimos sinceridad: queremos conocer la reacción sincera de la persona que nos escucha ante nuestras palabras. O tal vez alguna acción que esperamos que satisfaga nuestras necesidades. Cuanto más claros nos mostremos con respecto a lo que esperamos de la otra persona, más probabilidades tenemos de que se satisfagan nuestras necesidades.

 

Escribir comentario

Comentarios: 0