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La Comunicación no violenta en acción

 

La Comunicación no violenta en acción

 

“RESTAURAR EL ESTIGMA DE LA ILEGITIMIDAD”

 

Una  alumna  de  los  cursos  de  CNV  que  trabajaba  como  voluntaria  en  un banco de alimentos se quedó boquiabierta cuando oyó a una compañera suya de más edad que, desde detrás de un periódico, exclamaba: «¡Lo que hace falta en este país es restaurar el estigma de la ilegitimidad!».

 

La reacción habitual de esta mujer ante una declaración como aquella habría sido guardar silencio, juzgar a su compañera con severidad, pero no hacer ningún comentario o, en todo caso, guardarse la reflexión para meditarla cuando estuviese sola. Sin embargo, en aquella ocasión se dio cuenta de que eso le brindaba la oportunidad de descubrir los sentimientos y necesidades que se escondían detrás de las palabras que tanto la habían disgustado.

 

Mujer (tanteando la suposición que hacía con respecto a la observación de su compañera): ¿Estás leyendo alguna nota sobre adolescentes embarazadas?

 

Compañera: Sí, hay que ver la cantidad de casos que hay.

 

Mujer (centrándose en los sentimientos de su compañera y en la posibilidad  de  que  pudieran  encubrir  ciertas  necesidades insatisfechas): ¿Te preocupa el hecho de que nazcan niños sin una familia estable?

 

Compañera: ¡Por supuesto! Mira lo que te digo: si yo hubiera hecho algo así, mi padre me habría matado.

 

Mujer: O sea, que eso te recuerda lo que les pasaba a las chicas de tu generación cuando quedaban embarazadas.

 

Compañera: ¡Claro! Sabíamos lo que nos esperaba. Y esto nos daba miedo todo el tiempo, algo que no les ocurre a las chicas de hoy.

 

Mujer: ¿Te molesta que las chicas de hoy en día que quedan embarazadas no teman el castigo?

 

Compañera: ¡Bueno,  por  lo  menos  el  miedo  y  el  castigo  funcionaban!

 

Aquí  dice  que  hay  chicas  que  se  acuestan  con  diferentes hombres sólo para quedar embarazadas. ¡Ya ves, ellas tienen los niños, y nosotros, la sociedad, pagamos!

 

La mujer se dio cuenta de que en esa afirmación su compañera expresaba dos sentimientos diferentes: la sorpresa por el hecho de que hubiera chicas que quisieran quedar embarazadas, y el fastidio porque los contribuyentes tuvieran que pagar con sus impuestos la manutención de los niños nacidos en aquellas circunstancias. Optó por buscar la empatía con uno de los dos sentimientos.

 

Mujer: ¿Te sorprende ver que ahora haya chicas que quieran quedar  embarazadas  y  les  importe  un  bledo  la  reputación,  las consecuencias, la estabilidad económica y todo lo que en tu tiempo tenía tanta importancia?

 

Compañera (viendo  que  su  interlocutora  sólo  prestaba  atención  a  la sorpresa que sentía, pasó a ocuparse del otro sentimiento, el  de  fastidio.  Como  suele  ocurrir  siempre  que  interviene una mezcla de sentimientos, la persona que habla se centrará en aquellos a los que no se ha prestado atención. No es preciso que la persona que escucha refleje en seguida la mezcla de sentimientos, ya que la corriente de comprensión proseguirá a medida que cada sentimiento vaya emergiendo por turno): Sí, y adivina quién acaba pagando.

 

Mujer: Parece que lo que te da más rabia es que se utilice para esos fines el dinero de los contribuyentes. ¿Es así?

 

Compañera: Así es. ¿Sabes que a mi hijo y a mi nuera les gustaría tener un  segundo  hijo,  y  si  no  lo  tienen  es  por  el  dinero  que  les costaría mantenerlo a pesar de que trabajan los dos?

 

Mujer: Veo que eso es lo que más te entristece y que te encantaría tener otro nieto...

 

Compañera: Sí, y no sólo por mí.

 

Mujer: ... y que tu hijo tuviera la familia que le gustaría tener...

 

(Pese a que la chica no adivinaba más que a medias las preocupaciones de su compañera, no dejó que se interrumpiera la corriente de empatía y le dio la oportunidad de que confesara otra inquietud.)

 

Compañera: Sí, a mí me parece que ser hijo único es triste.

 

Chica: Ya comprendo, te gustaría que Katie tuviera un hermanito.

 

Compañera: Sí, sería muy bueno.

 

Al llegar a este punto, la mujer notó que su compañera se sentía más tranquila.  Hubo  un  momento  de  silencio.  La  mujer  se  sorprendió  al  descubrir que, aun cuando hubiera querido expresar sus opiniones, se habían desvanecido por completo la urgencia y la tensión. Ya no se sentía enfrentada a su  interlocutora.  Comprendía  los  sentimientos  y  las  necesidades  que  su compañera había expresado con sus palabras, y ya no tenía la sensación de que las dos estaban en mundos diferentes.

 

Mujer: ¿Sabes una cosa? Cuando te oí decir que había que restaurar  el  estigma  de  la  ilegitimidad  (O),  la  verdad  es  que  me asusté (S), porque me parece que aquí todos debemos ayudar a los necesitados (N). Aquí vienen algunos adolescentes que tienen hijos (O), y me gustaría que se sintieran bien recibidos (N). ¿Quieres decirme qué sientes cuando ves a Dashal o a Amy cuando viene con su novio? (P)

 

La mujer se había expresado con el lenguaje de la CNV usando las cuatro partes del proceso: observación (O), sentimiento (S), necesidad (N) y petición (P).

 

El diálogo prosiguió hasta que la mujer estuvo completamente segura de que su compañera brindaría ayuda y guardaría el debido respeto a todos  los  adolescentes  solteros  que  acudían  a  ese  lugar.  Y  todavía  más  importante, lo que consiguió fue una nueva experiencia en lo que se refiere a expresar desacuerdo sin violentar la sinceridad ni el mutuo respeto.

 

En cuanto  a  su  compañera,  se  quedó  satisfecha  por  haber  sabido  expresar la inquietud que le producía el hecho de que hubiera tantas adolescentes embarazadas. Así pues, las dos partes se sintieron comprendidas, y la relación entre ambas se benefició a partir de haber podido compartir sus puntos de vista y diferencias sin hostilidad. De no haber mediado la CNV, la relación habría podido deteriorarse a partir de aquel momento, lo cual habría sido perjudicial para el trabajo que querían hacer en común: cuidar y ayudar a la gente.

 

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